Sufro la realidad como un sistema de poder. Coluche, el restaurante, el pintor, Roma en día feriado, todos me imponen su sistema de ser; son mal criados. ¿La descortesía no es solamente: una plenitud? El mundo está completo, la plenitud es su sistema, y, como una última ofensa, ese sistema se presenta como una “naturaleza” con la que debo mantener buenas relaciones: para ser “normal” (exento de amor) me sería necesario encontrar divertido a Coluche, bueno el restaurante J., bella la pintura de T. y animada la fiesta del “Corpus Christi”: no solamente sufrir el poder sino incluso entrar en simpatía con él: ¿“amar” la realidad? ¡Qué tedio para el enamorado (por la virtud de lo amoroso)! Es Justine en el convento de Sainte-Marie-des-Bois.
Mientras percibo al mundo como hostil permanezco ligado a él: no estoy loco. Pero, a veces, agotado el mal humor, no tengo ya ningún lenguaje: el mundo no es “irreal” (podría entonces hablarlo: hay artes de lo irreal, y son las mayores), sino desreal: lo real ha huido de él, a ninguna parte, de modo que ya no tengo ningún sentido (ningún paradigma) a mi disposición; no alcanzo a definir mis relaciones con Coluche, el restaurante, el pintor, la Piazza del Popolo. ¿Qué relación puedo tener con un poder si no soy ni su esclavo, ni su cómplice, ni su testigo?
Sade