Cuando Ángel Perelman escribió este libro, todavía no había pasado una década del nefasto golpe de Estado que derrocó al general Perón. Aquella autodenominada «Revolución Libertadora» -popularmente rebautizada «Revolución fusiladora»— fue sucedida por gobiernos conducidos por civiles y militares que siguieron proscribiendo, persiguiendo y reprimiendo al peronismo. Las acciones de la restauración oligárquica expresada en los distintos gobiernos de turno estaban encaminadas a que nuestro pueblo no repitiera esa experiencia liberadora y la de enterrar para siempre el hecho maldito del país burgués. El intento reaccionario sería inútil, ya que, al decir del poeta Leopoldo Marechal, “el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”.