Los hechos, en cualquier caso, no podían ocultarse. Podían averiguarlos haciendo indagaciones o arrancártelos mediante la tortura. Pero si el objetivo no era seguir vivo, sino seguir siendo humano, ¿qué más daba al fin y al cabo? No podían conseguir que cambiaras tus sentimientos: de hecho, ni tú mismo podías cambiarlos por más que quisieras. Podían averiguar hasta el último detalle de lo que habías hecho, dicho o pensado; pero el interior de tu corazón, cuyo funcionamiento era un misterio incluso para ti, seguía siendo inexpugnable