Qué ganas de habérmelos comido en lugar de soltarlos. Qué ganas de abrirle la panza a la Gena y sacarle el útero a tu madre, darle un mordisco, asfixiarme con todos esos vapores de carne caliente, llena de esa putrefacción lenta de los miomas negros y guardados ahí hacía una década. Ahí te engendraste, cabrón. Y ahí, en ese centro ahora infértil, había estado el Servando, una y otra vez, regando su simiente, desperdiciando placer. Ése era el centro del universo de los Mier y me lo hubiera comido a pedazos. Habría lamido con ganas esos miomas negros, como bellotas encarnadas, que seguramente tenía tu madre. Me habría encantado tener esa bola de carne desbordándose en mi mano