Pero aún hay más. Sabemos por la propiedad conmutativa de la suma que si la comedia = dolor + verdad, entonces también dolor + verdad = comedia. (¿Ves? En mates de séptimo aprendí algo más aparte de que el amor te hace ser idiota.) Así que si uno se muere por ser gracioso aunque no lo sea, debe limitarse a coger una situación y buscarle la forma de sumar su verdad y su dolor.
Cualquier situación basta: una visita al dentista, unas vacaciones familiares, sacar dinero de un cajero automático, preparar la declaración de la renta, leer este libro, empollar para un examen, cualquier cosa. Cualquier cosa vale porque todas las situaciones tienen por lo menos algo de verdad y de dolor. Supongamos que estás estudiando para un examen difícil. La verdad es que es importante aprobar. El dolor es que no estás preparado. Un chiste que juega con esa verdad y con ese dolor (utilizando el recurso de la exageración que analizaremos más adelante) podría ser:
Soy un estudiante tan malo que no paso ni las pruebas médicas.
¿Ves qué fácil?
Bueno, bueno, ya sé que no es tan fácil. Después de todo, si lo que hay que saber de la comedia se resumiera en el capítulo uno, se podría leer todo este libro en la cola de la tienda y yo ganaría muy poco en derechos de autor.
Además, no nos engañemos. La lectura de este libro no va a conseguir que uno sea gracioso. Eso sólo pasará si además se trabaja duro. Y tampoco ocurrirá de la noche a la mañana. No hay motivos para ello. Hay que verlo desde esta perspectiva: suponte que uno quisiera ser un escultor en madera y alguien dice que existe una cosa llamada adicé, maravillosa para esculpir la madera. «Vaya –nos daría por pensar– ¡un adicé! Imagínatelo.» Saber que el objeto existe no da ninguna pista sobre cómo usarlo, y saber cómo usarlo tampoco significa que vayamos a esculpir una Piedad de un fragmento de teca a la primera. Para acuñar una frase primero hay que aprender, es mejor gatear antes de que te pueda