Hay vientos que llegan lentamente, o tan de repente que dejan la desolación a la intemperie. Vientos que prometen o te despeinan. Cualquiera sea el viento que te lleve a otros lugares, hay que reconstruirse de nuevo. La vida toda es un viaje: transcurre entre orillas y elecciones. Somos viajeros incesantes, libélulas transmutando, buscando aguas serenas, un aire más tibio, una tierra oportuna donde mecer los sueños.
Inmigrantes y refugiados deben transformarse y adaptarse a los nuevos destinos como las libélulas. Para los japoneses ellas simbolizan el equilibrio en la vida, para los nativos americanos un espíritu guía, para muchos una metáfora de los cambios del ser humano. Esta criatura etérea, casi mágica, demora de tres a seis años en mudar de huevo a ninfa y luego a libélula. Ellas nos recuerdan que podemos ser luz para otros y para nosotros mismos. Se abrazan al viento y viajan con sus poderosas alas en busca de agua dulce, de aires más propicios y una tierra donde anidar.
De esto tratan los cuentos y relatos de este libro. Surgen desde lo profundo, para hacerse viento en el alma, libélulas en el mar.