No podía dejar de pensar en ella.
Hasta que salvó en una tormenta a la embarazada Jess Cassidy y la ayudó a tener a su hijita, Reece Weston nunca había tenido un bebé en sus brazos.
Jess nunca olvidó a su salvador y, en cuanto su bebé tuvo unos meses, aprovechó la oportunidad que surgió para devolverle el favor.
Reece solía sentirse satisfecho con el silencio que reinaba en la aislada zona interior de Australia en que vivía, un silencio que acallaba las emociones. Pero al volver a tener en su casa a la mujer que no había dejado de habitar sus sueños y a su preciosa hija, la vida que llevaba empezó a parecerle demasiado dura y silenciosa…