En primer lugar, amaban el análisis y el debate, y contraponían una tesis a la otra a fin de formarse una idea más exacta. Organizaban simposios con el tema de los guerreros, de los dioses y más tarde también de la democracia ateniense, con el propósito de convencerse entre ellos —y, por qué no, a sí mismos— con argumentos. Creían en el poder de la palabra; como decía Pericles, no oponían la palabra a la acción, sino que consideraban aquella como la justificación y el esclarecimiento de ésta.