La maldición del amor verdadero

Pero era demasiado tarde. Había sido demasiado tarde desde que le ordenó a Victor y a Hansel que le entregaran a Evangeline la nota falsificada de la tutora, que fingieran que la perdían de vista en los jardines y que después la empujaran al pozo. Pero Evangeline no le había dejado opción.

No conocerlo era mejor para ella, pero él era tan canalla que odiaba que lo hubiera olvidado.

Apollo sonrió. Y, en su aturdimiento, Evangeline debió decir algo, porque la sonrisa del príncipe se amplió antes de contestar:

—Siempre te protegeré, Evangeline. Lo que te dije cuando regresé de la muerte era cierto: nunca te dejaré marchar.

Ella era la polilla, y Jacks seguía siendo la llama

Dar poder era mucho más fácil que arrebatarlo.

No solo la llevaría a través de las aguas heladas. Atravesaría el fuego con ella si tuviera que hacerlo, la arrancaría de las garras de la guerra, la sacaría de ciudades derrumbándose y mundos desmoronándose…

¿Había entregado sus recuerdos, y parte de su corazón, para estar con Apollo? ¿Tan tonta había sido?

Otras historias estaban fraguándose en el Glorioso Norte

—¿Sabes? —le confesó—. Siempre me han encantado tus hoyuelos

—Entonces rómpeme, Jacks.