efecto, el cuerpo, enfermo o sufriente, se inviste en esas situaciones de una especie de reconocimiento social en última instancia que se intenta hacer valer cuando los restantes fundamentos de legitimidad parecen agotados. En el primer ejemplo, el de un beneficiario del apoyo del Estado, la invocación de patologías además puede servir para justificar la imposibilidad de encontrar un empleo (“depresivo y epiléptico, lo cual me hace no apto para el trabajo”), una justificación acaso más honorable que los habituales criterios de lo que se da en llamar “inempleabilidad” (la edad, la falta de calificación, la duración del desempleo). En el segundo caso, el del hombre senegalés en situación irregular, el recurso al argumento de una afección para la cual no consigue atención médica aparece como la única posibilidad que queda (“a título ececional, le ruego […] me otorgue el permiso de residencia aunque sea para seguir atendiéndome”), ya que no se lo ha reconocido sobre la base de los otros elementos a los cuales podía apelar (amenazas políticas en su país, años pasados en Francia e incluso antecedentes militares familiares).