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Didier Fassin

Por una repolitización del mundo

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    Nos interrogaremos, entonces, acerca de los principios de justicia y las prácticas de juicio que se ponen a prueba en esas situaciones de decisión que tienen efectos directos en la vida cotidiana e incluso en la supervivencia de las personas, y acerca de la significación de esta forma de gobierno de la vida.
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    cuales se sitúan –dentro de discursos cuya dimensión argumentativa hay que tomar en cuenta–[38] las alteraciones que lo afectan.
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    Con todo, hay que hacer una aclaración: el cuerpo no se expone estática y ni siquiera físicamente, sino que se lo construye por medio de los relatos autobiográficos o, más a menudo, de los fragmentos narrativos en los
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    los dominados llegan a usar su cuerpo como fuente de derech
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    Bien precioso en cuanto brinda –durante un tiempo, es cierto, y, por supuesto, de manera precaria– relativa seguridad material contra las vicisitudes de la existencia: los pocos miles de francos otorgados le permiten “aguantar” hasta el próximo cobro de su ingreso mínimo social (y hacer esperar a los dos comerciantes con quienes tiene casi dos años de deudas “por alimentos”); el permiso de residencia o la tarjeta con un año de vigencia facultan al hombre para esperar una renovación en la medida en que pueda invocar la atención médica (pero la curación de su enfermedad significará el fin de esa última esperanza).
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    precioso bien que constituye la ayuda de urgencia o el permiso de residencia. Bien precioso en cuanto condiciona, sin más, la posibilidad de existir desde el punto de vista social para uno, jurídico para el otro, cuando los ingresos del primero son tan bajos y la presencia del segundo está tan amenazada.
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    efecto, el cuerpo, enfermo o sufriente, se inviste en esas situaciones de una especie de reconocimiento social en última instancia que se intenta hacer valer cuando los restantes fundamentos de legitimidad parecen agotados. En el primer ejemplo, el de un beneficiario del apoyo del Estado, la invocación de patologías además puede servir para justificar la imposibilidad de encontrar un empleo (“depresivo y epiléptico, lo cual me hace no apto para el trabajo”), una justificación acaso más honorable que los habituales criterios de lo que se da en llamar “inempleabilidad” (la edad, la falta de calificación, la duración del desempleo). En el segundo caso, el del hombre senegalés en situación irregular, el recurso al argumento de una afección para la cual no consigue atención médica aparece como la única posibilidad que queda (“a título ececional, le ruego […] me otorgue el permiso de residencia aunque sea para seguir atendiéndome”), ya que no se lo ha reconocido sobre la base de los otros elementos a los cuales podía apelar (amenazas políticas en su país, años pasados en Francia e incluso antecedentes militares familiares).
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    del gobierno de los dominados.
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    poner en juego la vida propia al contarla (en forma escrita –la súplica dirigida a una administración– o con la expresión oral de la solicitud hecha a un trabajador social) e incluso arriesgarla (tanto en las huelgas de hambre de los indocumentados como en los intentos de ingreso clandestino a un territorio extranjero): otras tantas expresiones locales del imperio creciente de la biolegitimidad que ha sido analizada previamente. La exposición de uno mismo, sea que suponga un ejercicio narrativo o un develamiento físico (lo uno no excluye lo otro), pertenece a las figuras contemporáneas del gobierno y, en particular cuando uno llega a exponer su propio cuerpo, a las figuras contemporáneas
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    contrario, consiste en una política en que lo que da derecho es el cuerpo, en razón de la enfermedad (que justifica una atención) o del sufrimiento (que apela a la compasión), a un permiso de residencia, a una ayuda de urgencia. Por consiguiente, más que la imposición de un biopoder, en el sentido en que lo entendía Foucault (1976: 172-211 [127-152]) –es decir, una “disciplina” individual y colectiva de las conductas–, en esos pedidos a las instituciones hay que ver la implementación de una biolegitimidad, tal como he propuesto llamar a esta forma de reconocimiento social de la vida como “bien supremo”,
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