«El eunuco había arrancado los sellos del cofre, dejando ver lo que contenía. Un olor acre de hierbas y especias conservadoras llenó el aire. El objeto, cayendo de las manos del horrorizado eunuco, cayó sobre los montones de presentes hasta los pies de Solimán, contrastando terriblemente con las joyas, el oro y las piezas de terciopelo. El sultán lo miraba fijamente. En aquel instante, todo el esplendor de aquella fastuosa mentira se escapó de sus manos. Su gloria se transformó en burla y ceniza. Rojo de rabia, Ibrahim se arrancaba la barba, jadeante y sofocado.»