Carne de ataúd

Nunca la vimos, es cierto, pero ahora sé que menospreciar la fuerza de lo invisible es un error fatal.

Su anfitriona era espléndida. Antes de iniciar cada sesión, ambos se atiborraban con licor, galletas, pastelillos y volovanes porque, como afirmaba Madame Guillot, “la comunicación con los muertos funciona mejor con el estómago lleno: ellos comen a través de nosotros. ¿No se trata de eso la celebración del 2 de noviembre?”

Si esos dulces contuvieran parte del cuerpo de Murcia, los comería sin dudar. ¿Estoy loco?

Tomó el cuchillo y rajó el pecho del animal, justo a la altura del corazón. Su padre estaba listo con un vaso y recibió el líquido. De inmediato se lo pasó a Francisco, quien bebió el contenido de un trago. La sangre estaba espesa, caliente. Cuando terminó contuvo las arcadas, y luego se pasó la lengua por las comisuras de los labios.
Su padre le dio un coscorrón.
–Lárguese.
Su aliento olía a pulque fermentado. Francisco esperaba con ansia el día en que su padre se lo diera a probar. Estaba seguro de que, además de la sangre, esa bebida lo transformaría en un hombre viril. Por algo tenía la consistencia de los mecos

Estaba acostumbrado a ese olor a muerte

El joven Francisco se acercó al lugar donde las reses colgaban bocabajo de ganchos.

l Rastro parecía el escenario de una masacre. Había charcos de sangre en el piso, salpicaduras en las paredes, vísceras apiladas en montones.

Soy el espejo de los condenados –dijo el Cochero–, porque mi rostro es lo último que ven antes de morir

Entonces los asesinatos son una especie de advertencia –dijo.

–Existen muchas maneras de mandar mensajes –agregó Inocencio–. El hecho de que a todas las víctimas les falte la lengua, sumado a lo que acabamos de descubrir, no deja lugar a dudas de que se trata de un ataque más contra la libertad de expresión.

–¿Y qué hay con lo que dice el pueblo? –preguntó Eugenio– En las calles se describe a un ser sobrenatural…

–La gente ve lo que quiere –Madame Guillot se llevó su copa a la boca, pero ya estaba vacía–. A veces es mejor imaginar monstruos irreales que los verdaderamente posibles y próximos. Eso ya deberías saberlo…

Quieres ser carne de ataúd? Conviértete en disidente.

–O en prostituta –agregó Madame Guillot