El Doce era uno de los pocos lugares cambiantes de la Subrealidad. Era lo bastante listo para conocerse a sí mismo, lo bastante valiente para ser él mismo y lo bastante insensato para cambiarse a sí mismo y, al mismo tiempo, seguir manteniéndose auténtico. En ese sentido era prácticamente único, y si bien no siempre era seguro ni agradable, Auri no podía evitar tenerle cariño.