Gottfried Benn, a su amigo Oelze. Con el mismo aparato de armónicos y disonancias, con la misma soberana intolerancia e insolencia: «Señor Oelze, de nuevo se me hace claro la gran maraña de la naturaleza. La nieve, incluso cuando no se funde, no ofrece demasiados argumentos lingüísticos ni emotivos, toda su indudable monotonía se puede muy bien liquidar mentalmente desde casa. La naturaleza está vacía, desierta: sólo los burguesitos ven algo en ella, pobres tontos que deben salir continuamente de paseo [...] ¡Huye de la naturaleza, arruina el pensamiento y echa a perder notoriamente el estilo! Naturaleza, un femenino, ¡obvio! Siempre lista para extraer simiente y usar al hombre para el concúbito, hasta extenuarlo. ¿Pero la naturaleza es acaso natural?»