Un libro tan despiadado como lleno de humor y ternura que ofrece una imagen completa de la vida sentimental e intelectual de uno de los mayores exponentes de la literatura latinoamericana.
De Malraux recoge Bryce Echenique el término «antimemorias» para calificar lo que no sólo es un Permiso para vivir, sino también un permiso para contar múltiples peripecias vitales por orden de azar y a su manera y cómo la educación ha sido siempre muy poca cosa para alguien que se empeña en aprender únicamente a costa suya.
¿Cómo transcurrirá la vida de un hombre que, desde niño, prefirió siempre jugar la primera mitad de un partido de fútbol en un equipo y la segunda en el otro? El resultado es un escritor que se apresura a reírse de todo ante el temor de que todo le haga llorar y que entre dos angustias opta siempre por el humor en su afán de relativizar el dramatismo de la finitud humana y de trascenderlo por vía de la paradoja.
Como Martín Romaña, personaje de una de sus más conocidas novelas, estas «antimemorias» nos dicen constantemente hasta qué punto su autor es un solitario que ha vivido en excelente compañía y que el infierno son los demás, pero también el paraíso. Cualquier sistema es, para Bryce Echenique, una camisa de fuerza cuando se insiste en él de una manera total y carente de humor. La vida es contradictoria, multilateral, diversa, divertida, trágica y con momentos de belleza terrible para quien, empachado de ironía, va de un lugar a otro y de afecto en afecto como un náufrago de boya en boya.
Permiso para vivir es obra de un entreverador de lo lúdico y lo profundo. Una y otra vez lo cómico anula de un modo inocuo la grandeza y la dignidad, colocándonos sobre el terreno seguro de la realidad. Pero su autor recurre también a lo grotesco cuando destruye los órdenes existentes, haciéndonos perder pie, y sabe muy bien que el precio de la lucidez es el desasosiego, y el pago de la honradez un permanente desajuste agravado por el desarraigo de sentir como latinoamericano y tener gustos europeos. Pero aun esto lo desmitifica un autor para el cual lo fácil es contar una tormenta en alta mar y el verdadero desafío consiste en saber contarnos una tempestad en una copa de vino. Tal cosa sólo es posible cuando se ejerce un individualismo feroz y se trata a todas las tribus con igual ironía. Cuando el desclasamiento de una vida que transcurre en mundos, a menudo opuestos obliga a observar e imaginar.
Permiso para vivir es un libro que está contra la confidencia y a favor de la confesión. Sólo ésta le permite demoler pirámides hasta reducirlas a los miserables escombros que constituyen una vida humana. Su autor afirma que nosotros somos las Justines de Lawrence Durrell y de este mundo cuando nos parecemos «a esos seres consagrados a dar toda una serie de caricaturas y máscaras salvajes de sí mismos. Esto es muy común entre la gente solitaria, entre esa gente que siente que su verdadera persona jamás hallará correspondencia alguna en otra persona».
Y así, sin querer queriendo, como cuenta Bryce Echenique que empezó este libro tan despiadado como lleno de humor y ternura, logra darnos toda una imagen de su vida sentimental e intelectual en la que sin solución de continuidad se suceden países, personajes y acontecimientos en un desorden temporal tan rico y variado como los vaivenes de una memoria desacralizadora.