El poni continuó la marcha. Atravesaron la plaza Real, pasaron por la mansión real, deformada en un extremo y con su tejado dorado brillando al sol, y cruzaron la plaza del Mercado, donde casi nunca dejaban ir a Charmain. La niña miró pensativa las paradas y a la gente que compraba y charlaba, y se dio media vuelta para seguir mirando mientras se adentraban en la parte antigua de la ciudad.