Después de 1990, las ciencias sociales chilenas se han caracterizado por una mayor autonomía respecto de los partidos, por una considerable sofisticación metodológica pero, al mismo tiempo, por un disminuido vigor teórico y una muy discutible contribución al diseño e implementación de políticas. Paradojalmente se podría argumentar, sin temor a ser calificado de excéntrico, que durante el régimen autoritario de Pinochet, en particular en el transcurso de la década de 1980 y en el marco de severas restricciones a las libertades públicas, las ciencias sociales no económicas alcanzaron su mayor capacidad para influir en el proceso político.
Restablecida la democracia, la ciencia política ha conquistado un aceptable nivel de desarrollo y autonomía, manifestado principalmente en el desarrollo de investigación académica y una explosiva expansión de la oferta de pregrado. Sin embargo, a la fecha esta disciplina no ha consolidado un campo profesional distinto a la academia (docencia e investigación) y carece aún de incidencia en la discusión, el diseño y la implementación de políticas.