Como hombres vivimos tiempos complicados donde la autenticidad de nuestro cristianismo está siendo diluida entre la confusión de género y el virus de la pasividad. La imagen del hombre, su identidad y su propósito han sufrido un desgaste que partiendo desde Génesis llega hasta nuestros días. La pérdida de identidad, y por tanto de autoridad, ha sumido al hombre en una desorientación tal, que le ha incapacitado para cumplir con su misión convirtiéndole, a lo largo de todo un proceso que analizaremos, en una triste caricatura del modelo que Dios planeó.