Si quieres escribir una novela, la primera norma es saber decir no. No, no iré a tomar esa copa. No, no puedo cuidar de mi sobrino enfermo. No, no estoy libre para una comida, una entrevista, dar un paseo, ir al cine. Hay que saber decir no tantas veces que al final las invitaciones escasean, el teléfono deja de sonar y hasta lamentas recibir por correo electrónico solo mensajes publicitarios. Decir no conlleva que te consideren una misántropa, una arrogante, enfermizamente solitaria. Que alces a tu alrededor un muro de rechazo contra el cual se estrellarán todas las ofertas. Eso me dijo mi editor cuando empecé a escribir novelas. Eso leía en los ensayos sobre literatura, desde Roth a Stevenson, pasando por Hemingway, quien lo resumía de manera simple y anodina: «Los mayores enemigos de un escritor son el teléfono y las visitas».