Las académicas, investigadoras o activistas que defienden la compatibilidad entre ambos conceptos y la posibilidad de existencia de un feminismo islámico, incluidas las que se reconocen en el mismo y militan por su causa, la mayoría de las veces han analizado los diferentes grupos integrados y homogenizados bajo este nombre desde la óptica de un movimiento contra-hegemónico, incorporándolos dentro de los llamados “feminismos de la tercera ola”, tales como el chicano, el negro o el poscolonial (cfr. Fernea, 1998; Nash, 2004, entre otras). Esta perspectiva es tan problemática como su contraria, puesto que la homogeneización de los movimientos de mujeres musulmanas, como necesariamente contra-hegemónicos, cae en la práctica común de deslizarse desde lo subalterno a lo resistente, y de ahí a lo emancipatorio (Rose y William, 1993)