Fundado por el filósofo Lao Tsé, que vivió hacia el siglo VI a. C., defendía una concepción dualista del mundo basada en la continua interacción de dos principios contrapuestos: el yin y el yang. El primero representa lo impar, la sombra, el valle, el frío, la debilidad, el invierno, lo femenino; el segundo, lo par, la luz, la montaña, el calor, la fuerza, el verano, lo masculino. De la unión de ambos, que se necesitan y complementan, surge el tao, el ente abstracto que el filósofo considera la causa primera del universo y la razón última de su funcionamiento, una suerte de logos oculto tras el mundo visible, cuya realidad, que no es sino mera apariencia, no puede cambiarse. De dicha concepción de la naturaleza se deriva una moral social pesimista que desprecia toda civilización y propende al ascetismo como vía para superar el apego a los bienes materiales, tenidos por ilusorios, y alcanzar una bondad cuyo premio no será otro que la inmortalidad.