—No lo sé. No se trata de rabia hacia ella, de eso estoy seguro. Pero cuando no la veo, cuando es imposible que nos veamos, noto crecer la rabia en mi interior. Ni yo mismo comprendo cuál es su objeto. Pero es una rabia tan intensa como jamás he experimentado. Me entran ganas de coger cuanto haya a mi alcance en la habitación y lanzarlo por la ventana. Las sillas, la televisión, los libros, los platos, los cuadros enmarcados, todo. Me importa un bledo darle en la cabeza a algún viandante y matarlo. Es absurdo, pero en esos momentos lo pienso así. Hasta ahora, naturalmente, he logrado controlarla. Pero puede que llegue el día en que sea incapaz de aplacar mi rabia. Y quizá acabe haciéndole daño de verdad a alguien. Eso me asusta. Preferiría herirme a mí mismo.