En este sentido, cabría preguntarse qué hay, realmente, de la trova tradicional en la Nueva Trova.
En una ocasión alguien aventuró la idea de que la guitarra era ese punto de unión. El arte que desarrollaron hombres con recursos económicos, como Lecuona, está ligado al piano, instrumento costoso y de salón. Los trovadores tradicionales, hombres humildes que vivían una bohemia trashumante, sólo podían llevar con ellos –como todos los cantores populares desde el medioevo– un instrumento pequeño y al mismo tiempo de riquísimas posibilidades sonoras, como la guitarra. Pero creo que podría agregarse también el amor por Cuba, expresado por los viejos trovadores, de modo excepcional en canciones dedicadas a las gestas libertarias del siglo xix, y de modo más sostenido en el gusto por nuestro paisaje y nuestras mujeres; mientras que los nuevos trovadores –participantes y testigos de una revolución socialista, la primera de América Latina– abordan en sus canciones, además y de un modo más sistemático y directo, las luchas políticas de hoy.
A estas similitudes se suman otras, que pertenecen ya al terreno de la ética artística: la intransigencia frente al facilismo y la ramplonería; la decisión de vivir el arte de componer y cantar como una segunda naturaleza; la forma sincera y profunda de asumir la canción, con alegrías y desgarramientos reales.