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Sylvia Molloy

Varia imaginación

  • Montserrat Montes de Ocahas quoted3 months ago
    Y también lo presiento en el ladrido desolado de un perro que me llega desde el fondo de manzana, que es el ladrido de aquel perro de la casa del fondo, en Olivos, que ladraba de tarde cuando tenía frío. Estoy en Buenos Aires, me digo, estoy en casa de mis padres. No, no me he ido. Está refrescando, mejor que entre.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    Eran recuerdos o sueños (no estoy segura de poder distinguir entre los dos) de un pasado muy lejano
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    La ficción siempre mejora lo presente.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    al dejar la casa para ir a su nuevo apartamento, mi madre, con cara perfectamente inexpresiva, pasó la mano por el vano de una puerta, apretó una palma contra una pared, rozó lentamente con los dedos un picaporte. Estaba despidiéndose.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    A la gente le gusta fabular adioses definitivos, sobre todo patéticos.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    Ya adulta, durante años me jacté de que, con toda deliberación, me había esforzado por no parecerme a mi madre. En cambio, intentaba parecerme a mi padre. Ahora este gesto mínimo, inconsciente, que se inscribió en la memoria de mi cuerpo cuando observaba a mi madre desamparada, me señala lo contrario. Es como si citara a mi madre, y la cita me inquieta porque no la puedo controlar.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    Hace poco, sentada a la mesa, me sorprendí repitiendo un gesto de mi madre. Ya no recuerdo si estaba sola en la mesa o acompañada, la sorpresa fue tan fuerte que obliteró lo que me rodeaba, como una foto sobreexpuesta.
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    las guerras son máquinas productoras de kitsch porque de otro modo su recuerdo sería intolerable
  • Mariana Peregrinahas quoted3 months ago
    Ser monolingüe parecía pobreza.
  • Pablohas quoted3 months ago
    Nos explicó prolijamente donde estaba sentado Trotsky, donde, detrás de él, estaba de pie Mercader, “el traidor de la humanidad”, y cómo había sido el golpe fatal. Nos dijo que Trotsky había gritado; que desde el cuarto vecino había acudido Natalia Sedova, su mujer, para auxiliarlo; que Trotsky había alcanzado a decirle, antes de que lo llevaran al hospital donde murió (y aquí la muchacha ahuecaba la voz): “Esta vez lo han logrado, Natalia, pero seguirá viviendo nuestra causa que es la causa de todos los pueblos” etc. etc. Me encantó ese dudoso parlamento final enunciado con tanto sentimiento, parlamento para el cual Trotsky hubiera necesitado mucho más aliento del que sin duda disponía después de la certera puñalada de Mercader.
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