La mujer helada

que leer era perder el tiempo. Me decía, con los ojos brillantes, «está bien tener imaginación», prefería

El primer eco del mundo me llegó por mi madre.

Universo a cámara lenta, e inmensamente silencioso para alguien como yo, que vivía de la mañana a la noche inmersa en un vocerío continuo.

ojos no tienen nada especial pero son míos.

Avanzar sola en la oscuridad entre el miedo y más adelante la vergüenza y la necesidad de ir hacia lo que me produce placer.

No sabía que en otro lenguaje esa alegría de vivir se llamaba brutalidad, mala educación.

Mi bici, maravilloso instrumento de ensueño.

no busco descubrir nada, solo huyo.

Siempre al acecho de lo extraño y lo nuevo, demoliciones con habitaciones a cielo abierto, anuncios pintados en los muros,

envidio ese rostro extraño, cerrado, tan lejos de mí, de nosotros