La mujer helada

que leer era perder el tiempo. Me decía, con los ojos brillantes, «está bien tener imaginación», prefería

El primer eco del mundo me llegó por mi madre.

Que mis ojos no tienen nada especial pero son míos.

Nada de lazos, «¡no tengo tiempo! Trabaja, eso es lo principal». Difícil, en esas condiciones, creer en todo lo que ha dicho la directora.

Lo saben todo, y aunque no me gusten porque me resultan excesivamente extrañas por sus palabras y sus aires discretos, las admiro.

Ingenuidad de mi madre, creía que el saber y un buen oficio me protegerían de y contra todo, incluido el poder de los hombres.

sé que estoy en este mundo para hacer algo. Ningún hermano me obstruye el horizonte con su destino prioritario.

que a menudo salíamos para nada, justo a ver, respirar, decir cosas, según me venían a la cabeza,

Entre todas las razones que tenía para querer crecer estaba la de tener derecho a leer todos los libros.

Entre doce y catorce años, voy a descubrir con estupefacción que ese polvo que antes ni siquiera veía es sucio y feo.