La mujer helada

que leer era perder el tiempo. Me decía, con los ojos brillantes, «está bien tener imaginación», prefería

El primer eco del mundo me llegó por mi madre.

perpetua amabilidad me molesta, como la arena en la que encallas, obligada a contestar en el mismo tono almibarado, infantil e hipócrita, todo junto.

El amor presidiéndolo todo, nada me gustaba más, incluida la melancolía.

Frente a tanta seguridad, a esa certeza de un porvenir exitoso, mis dudas crecen, como mi esfuerzo por marcar las distancias.

derrota para mí, de victoria para él

Cada placer lleva nombre de de

Mujeres frágiles y vaporosas, hadas de manos suaves, pequeñas auras de sus casas a cuyo paso quedo surgen el orden y la belleza, mujeres sin voz, sumisas, por mucho que busque, no veo tantas así en el paisaje de mi infancia.

Universo a cámara lenta, e inmensamente silencioso para alguien como yo, que vivía de la mañana a la noche inmersa en un vocerío continuo.

ojos no tienen nada especial pero son míos.