La mujer helada

que leer era perder el tiempo. Me decía, con los ojos brillantes, «está bien tener imaginación», prefería

El primer eco del mundo me llegó por mi madre.

Imágenes de descubrimiento y libertad del tiempo de antes, la recupero como quiero, se parece a una película rodada en exteriores, calles, jardines y paisajes marítimos, o en habitaciones. Ni cocinas ni comedores.

hambre de todo, de encuentros, de palabras, de libros y de conocimientos.

Una época en la que podemos cenar un yogur, hacer la maleta del finde con plan improvisado en media hora y hablar toda la noche. Leer un domingo entero bajo las sábanas. Relajarse ante un café con leche, observar a la gente entrando y saliendo, sentirse flotar entre esas existencias anónimas. Poner mala cara sin escrúpulo ninguno cuando te invade la angustia.

Profe, esa palabra que suena como una piedra en un charco, mujeres victoriosas, reinas de las clases, adoradas u odiadas, nunca insignificantes, no me planteo aún la cuestión de a cuál de ellas me pareceré.

Después de todo la profe de filosofía también está casada, así que un buen día debió de parecerle «razonable».

cuánto chic, ser genial sin esfuerzo, en mi entorno y mi familia, la pereza está mal vista.

calle, mirar a otros hombres sin sentirse culpable, reír en clase, reírse de verdad,

Pero la dicha de caminar sola de verdad, sola por la ca