Todos tenemos miedos de los que nadie nos puede proteger. Miedos tan profundos de los que nos resulta imposible escondernos o escapar. Te aprisionan, te dominan y te absorben la energía, hasta que de pronto despiertas sudado en medio de la noche, llorando y desesperado por encontrar algo a lo que aferrarte porque tienes la sensación de caer. Hasta que una superficie dura detiene la caída.