Saqué el tarro de las luciérnagas.
—Necesito que brilléis —les dije—. Necesito ver la luz de fuera.
Sostuve el tarro frente a mis ojos.
Permaneció a oscuras.
—Por favor…
Miré a la nada entre mis manos, deseando ver los rayos de sol que ellas me habían traído del mundo exterior. Aunque no fuera así en realidad. Aunque su luz no fuera más que otra luz artificial en mi vida, un montón de químicos en el abdomen de un insecto.
—Sacadme de esta oscuridad.