En el pueblo de Cobb, un gran castillo llamado la Prominencia se eleva nebuloso y fantasmal sobre una de las colinas más altas. La tradición cuenta que dos familias, los Hill y los Vale, deben unirse en matrimonio para que sus puertas vuelvan a abrirse…
Con dos metros de altura, vestido de negro y montado en una bicicleta, el cocinero llega al pueblo. Se llama Conrad, va a emplearse en la mansión de los Hill. Lleva su extraordinaria colección de recetas, un cuchillo de trinchar y su talento persuasivo. La cocina es su centro de gravitación: maneja a la perfección los instrumentos de la gastronomía y, a partir de ellos, los sabores, que intervienen directamente en el gusto.
Muy pronto Conrad controlará la vida doméstica de los Hill y luego la del pueblo.
Su influencia lo abarca todo: un rival eliminado, una heredera que muere, sirvientes perfectamente entrenados que pasan a ocuparse de tareas menores, y hasta la aparición de un nuevo amo en la Prominencia, cuando por fin sus ventanas vuelven a resplandecer.
La simplicidad aparente de esta obra maestra subrepticia es su pasaporte a la actualidad. Su fluidez, velocidad constante, la indiferencia por cualquier virtuosismo, esconden un plan narrativo ejemplar. El cocinero se lee compulsivamente. Los sentidos juegan en la mente del lector mucho después de haber cerrado esta novela increíble, feroz y deliciosa.