Uno de los grandes problemas que ha traído consigo la proliferación de discursos en las redes sociales es que pareciéramos vivir en un mundo en el que todos hablan y nadie escucha. El torrente de información que circula frente a nuestros ojos cada día, sea verdadera o falsa, cohíbe la posibilidad para sopesar el contexto, el trasfondo y las implicaciones de aquello que leemos. En este universo colmado de noticias, Margo Glantz realiza un recorrido por el mundo y por sus emociones (tanto las profundas, eco de la memoria, como las banales, prurito cotidiano), y nos muestra a través de un mosaico ora trágico, ora cómico, ora conmovedor, ora espeluznante, la compleja tarea que tiene ante sí el individuo que quiera instalarse en el mundo y, peor aún, comprender lo que sucede en su entorno. En Y por mirarlo todo, nada veía Glantz recurre a una de las máximas improntas de su obra narrativa: la escritura fragmentaria. Heredera de una tradición que va desde Walter Benjamin hasta David Markson, la escritora mexicana mete en una misma página los horrores del ISIS y las adicciones de Charlie Sheen; el exilio de los colibríes de su jardín y las consecuencias del ecocidio que se lleva a cabo a escala planetaria; aforismos de Kafka y espeluznantes reportes de feminicidios en México y otros países del mundo; el descubrimiento de un sistema solar cercano al nuestro y la extinción de las abejas. Utilizando su sensibilidad y su erudición como puntas de lanza, Glantz nos regala un collage de emociones, imágenes, datos y reflexiones que en su estruendoso eco nos obliga a hacer un alto en el camino para ponderar la mejor vía para continuar en la cada vez más ardua tarea de andar por este mundo.