Si a Odiseo siempre le será posible retornar a Ítaca, no así al proceloso viajero de nuestro tiempo. Momento marcado por el desleimiento y la desposesión de todo mito. Ausencia de arquitecturas de la imaginación que le protejan de toparse, en el espejo en que se mire, con su rostro desnudo: el pavoroso rostro de medusa. Gravitado por esta cuestión, el hablante lírico de Desvío, desasido, por instantes, de todos los protocolos ideológicos de reconocimiento, alcanza la constatación de un permanente estado de fuga de las cosas, una epifanía de lo real: todo es incertidumbre y oscilación. En esas honduras y transfiguraciones del ser interior se suscita el hallazgo del precario estatuto del sujeto moderno, y acepta, o parece aceptar, lo incierto como primer dato ontológico: las palabras y las cosas renacidas bajo el bautismo de lo aleatorio e incesante. La palabra, escindida entre la apelación nostálgica, de voluntad analógica, y la irreal temporalidad presente que se diluye, se decide entonces por la ironía. Intensifica así los modos de la narratividad, ejercita la lúdica de los enmascaramientos e intertextualidades, se aventura con las reflexiones metaficcionales, las estilizaciones ensayísticas y el arriesgado uso de la jerga científica. Es en estas intensificaciones donde aparecen los más sugestivos logros de este circular conjunto de poemas, donde se anudan de modo consistente fuerza reflexiva y refinada andadura de una palabra que adquiere pleno dominio de sus poderes y que por ello se permite el don de la sorpresa y el juego, tan escaso por estos pagos.