—¡Qué padre pulsera, oye! —me dice Vane.
—Yo la hice.
—Ay, sí… ¿Neta?
—Neta. Y le hice una a Jero. Es que teníamos un pacto secreto. Ya no lo es, pero igual. Era un poco más serio y más secreto que nuestro pacto de los sándwiches, pero haz de cuenta algo así.
—Hazme una igual, ¿no?
—Ésa es la cosa, no te puedo hacer una igual si no tienes un hermano que sea gay. O un muuuy amigo, o así —nunca le había dicho esto a nadie, y menos en voz alta. Pero ahora ya no es un secreto y, como dijo mi hermano: si los saben mis papás, que lo sepa el mundo.
—Chale, qué mala onda —es lo único que me contesta.
—¿Que mala onda qué?
—Pues que no tengo un hermano ni un mejor amigo gay. Me gusta mucho, en serio, ¡está padrísima!
Me quedo esperando alguna otra reacción. Alguna pregunta. Pero Vane sólo sigue comiendo su sándwich sin despegar los ojos de mi pulsera.
—Igual me la puedes hacer de otros colores, ¿no? ¿O tampoco?
—Ah, pues sí, eso sí.
Nos quedamos calladas un rato comiendo nuestros sándwiches, hasta que Vane me pregunta:
—Bueno y, total, ¿cuál era el secreto que ya no es secreto?
—¡Pues ése, que Jero es gay!
—Aaah, órale. A ver, déjame probarme tu pulsera.