La más terrible? ¿La más repugnante? ¿Y qué hay de la pornografía, aborto, perversión sexual, infidelidad marital? Por supuesto que todos esos son pecados grandes, por supuesto, y están desgastando la estructura de nuestra sociedad. Es certeramente correcto para nosotros rechazar y enfurecernos moralmente ante tales monstruosidades malvadas. Pero la herejía que socava el evangelio es un pecado mucho más serio porque pone al alma en un peligro eterno bajo la oscuridad del tipo de mentiras que mantiene a la gente en una permanente esclavitud a su pecado.