De entre todas las páginas italianas que ocuparon la obra de esta original y algo excéntrica autora, sobresalen estas miniaturas sobre Roma, la ciudad que conoció a fondo y por la que pasea una mirada de múltiples intereses, casi impresionista. Abarcan dieciocho años de su vida y varias visitas. Resulta una delicia seguir los pasos de esta italiana de corazón y dejarse atrapar por su espíritu iconoclasta, por sus juegos de imágenes y por la erudita lupa que aplica sobre rincones, edificios y obras de arte, a las que ilumina de forma magistral.
No es la Roma que deslumbra al creciente turismo de la época y que Vernon Lee desprecia y caricaturiza, sino la de rincones e iglesias ocultas, casi fantasmales; la del silencio y la inmundicia que dignifica con su atenta contemplación. En estos fragmentos la erudición estética no está reñida con la anécdota, ni con la hilazón de fragmentos que parecen yuxtaponerse como las estructuras de Piranesi, el artista que según Vernon Lee mejor comprendió Roma. Conocida y traducida solo como autora de relatos fantásticos, la otra Lee, la enamorada de Italia, brilla aquí en toda su intensidad.