En momentos así, una piensa un montón de cosas. Por ejemplo, que la diferencia que hay entre lo que se mueve y lo que no es terrible. No el gesto, que ya es impresionante, sino la milésima de segundo que da inicio a otra cosa: el paso entre la movilidad y la inmovilidad, o al revés. La fuerza que está contenida solo ahí. Lo que pase después no importa, lo importante es todo el poder, imperceptible todavía, que hay detrás de un pequeñísimo movimiento. Todo lo que podía apagarse con la Manola.