Miré sus rostros vivaces, jóvenes y expresivos de forma algo indiscreta, y en esos dos o tres minutos aprendí algo que no olvidaré hasta el fin de mis días. Mis ojos se encontraron con los de esas tres desafortunadas jóvenes por un instante, y cuando mi mirada penetró hasta lo más hondo de sus torturadas almas, yo, un revolucionario probado, me sentí sobrecogido por un intenso sentimiento de pena. Sin esperarlo fui consciente de que los intelectuales rusos, que afirman ser precursores y la voz de la conciencia, eran responsables de la ridícula indignidad a la que estaban sometiendo a las archiduquesas […]. No tenemos derecho a olvidar, ni a perdonarnos por nuestra pasividad y nuestro fracaso a la hora de hacer algo por ellas[1469