Para la antigüedad clásica el mundo no tenía ni principio ni fin, ni propiamente límites, es decir era infinito.
En la Edad Media esta manera de concebir al mundo cambió ya que, siendo Dios infinito, no podía de ninguna manera crear algo que también lo fuera, por lo que, si Él había creado al mundo, éste tenía forzosamente que tener la calidad de finito, concepto que adoptó la filosofía escolástica