«Jade, la niña de piel caramelo, observó inquieta la penumbra de la selva. Sus ojos se esforzaron por ver más allá de las sombras violetas que creaba la espesa fronda de los árboles… Delante de ella se desplegaba la inmortal impasibilidad de la noche, con silencios tan abrumadores que parecían existir sólo en el cielo y entre las estrellas. Los animales, que de ordinario narraban sus hazañas a la Luna, permanecían callados, observando de regreso a la niña y el espectáculo aterrador».