Aquí estoy. Aquí estaré siempre que me llames.
Nostradamus regresa corriendo con la gracia de un cachorro y traza un círculo protector que nos rodea a mí y a Matías, quien me mira desde detrás de su tumba. Está igualito, salvo por un detalle en la muñeca de su brazo izquierdo, no es muy grande, pero resalta como si tuviera luces de neón incrustadas en las manecillas.
—Con razón no encontraba mi reloj —le sonrío con la certeza de que todo es cuestión de tiempo, sobre todo si este es tan falso como un fantasma. Tan real como la muñeca que lo porta y extiende sus dedos hacia mí.