—Vamos, te llevaré a tu casa —ordena al mirarme, entonces me cruzo de brazos.
—Puedo irme como llegué.
—¿Cómo llegaste?
—Corriendo —Damon me observa sorprendido.
—¿Por qué corrías? ¿Te estaban persiguiendo? —parece como si en serio lo estuviese preguntando. Su rostro serio y mandíbula apretada hacen un buen acto de preocupación.
—No, no siempre que alguien corre significa que le estén persiguiendo —comento rodando los ojos.
—No me importa, vendrás conmigo —demanda acercándose.
—Quiero irme sola.
—Son las once de la noche, no te puedes ir sola.
—Sí puedo —levanto mi cuerpo del sillón, lista para marcharme.
—No —gruñe acercándose.
—Sí.
—No —da otro paso.
—Sí.
—No