Si tenía otra crisis, le volverían a poner la camisa de fuerza.
Aprendí muy pronto en mi vida por qué se llama «de fuerza». Porque aprieta con fuerza. Tanto que la sangre se acumula en los codos y se pierde la sensibilidad en las manos. Tanto que no hay escapatoria, no importa lo mucho que grite el paciente. Tanto que estrangula el corazón de los que aman a quien la lleva.