(h)amor 2

Vamos a dibujar una soltería que no está en contraposición con el amor. Una soltería crítica, interdependiente y capaz. Una soltería colectiva. La soltería como vida en común. Con sombras y dudas, igual que en todo, igual que en el amor.

La monogamia es el único pacto social, junto con el patriotismo (la otra gran forma de monogamia) que es intocable, incuestionable. Hemos dejado de creer en Dios, en el capital, en el patriarcado y en los telediarios. Nos hemos cargado la virginidad obligatoria, el matrimonio obligatorio y la heterosexualidad obligatoria. Nos hemos llenado la boca de libertades, indignaciones y asambleas, hemos formulado proyectos de mundos nuevos, de relaciones sociales, vecinales, culturales nuevas, pero al llegar a casa acabamos refugiadas en el esquema conocido de siempre: una cosa es ser liberal y otra cosa muy distinta es ser cornuda. Gritar contra el sistema está muy bien, pero poner tus sistemas emocionales, tus relaciones al frente mismo de la revolución… eso es un auténtico coñazo

la culpa del dolor la tiene todo el mundo menos la monogamia misma: las miradas nunca apuntan hacia el sistema que queda así al margen del debate y de toda duda.

La revolución de los afectos tiene aún tarea pendiente: cederle algo de protagonismo a la asexualidad.

Así pues, esta es mi llamada a rechazar absolutamente el matrimonio. A desarmarlo. A hacerlo desaparecer de nuestros libros jurídicos. A negarnos a aceptar o reconocer la centralidad del amor romántico y sexual a la hora de repartir beneficios y derechos sociales. A hacer al Estado responsable de la protección de todas las personas, del reconocimiento de todo vínculo deliberado, del fomento de múltiples relaciones de amistad, amistades más allá de lo inteligible.

Varios autores (como Brigitte Vasallo, a la que ya he mencionado antes, y Pepper Mint o Eleanor Wilkinson) han prestado especial atención a la forma en la que el poliamor puede pasar a convertirse fácilmente en una «opción de estilo de vida» para ciudadanos blancos y de clase media que ya son privilegiados.

El objetivo no es llegar a una determinada forma de placer sino descubrir qué otros tipos de placer puede haber, qué otras clases de experiencias pueden darse, que generen formas de placer cambiantes

como Adrienne Rich señala explícitamente, las relaciones románticas (especialmente las heterosexuales) llevan a la gente a priorizar dicha relación sobre todas las demás: la condición es romance por encima de amistad. La cuestión entonces no es que uno quiera pasar cada vez más tiempo con la persona amada (en sentido romántico), sino que se espera que uno quiera hacer tal cosa.

Así, si vamos a hablar de amor de un modo que descentralice el amor romántico, necesitamos emplear palabras que puedan transmitir la idea de una relación mejor que el «amor».

Butler dice que el amor no es un «sentimiento» sino «un intercambio».