El cianuro los hace llorar mientras mueren. El cianuro asfixia las células, les roba el oxígeno, las inutiliza una a una, apenas les da tiempo, apenas el cuerpo, ese circuito cerrado, es capaz de reaccionar,
de entender. Apenas puede llorar el cuerpo.
Una asesina a sueldo
que seduce a sus víctimas y las mata con cianuro; un padre desesperado
por el abuso de su hija en el jardín de infantes; una venganza; un obispo, un fiscal y el dueño de un multimedios comprometidos a tapar el escándalo, a cubrir los rastros del crimen que solo quedan en el cuerpo
de la víctima; una vecina que encuentra un cuerpo y muere de forma
misteriosa; la nieta de la vecina que quiere entender; un periodista sin trabajo que más que la verdad busca la propia redención.
En ese circuito cerrado que es una novela, Juan Carrá decide explorar las posibilidades de la asfixia en un cuerpo social que está tomado por el cianuro como metáfora, pero también como aquello que los une, que los
vincula, que hace posible la existencia de los personajes envenenados de ira, de ambición, de desconsuelo. Entonces, solo queda el llanto, la inmovilidad.
Escrita como si fuera un francotirador que no deja de disparar, Lloran mientras mueren
propone una lectura veloz, imposible de soltar, pero también un ahogo,
el mismo que la realidad impone a los que nada pueden cambiar y confirma, además, a Juan Carrá como una de las voces más potentes de la
novela negra.