Mujeres en la cama

—¡Los coreanos no son chinos! —dijo en medio de la barra una mujer pulcramente vestida con traje gris y sombrero que balanceaba sus zapatos de salón en los dedos de los pies—. Lo ha comprado un coreano asquerosamente rico.

—¡Los coreanos no son chinos! —dijo en medio de la barra una mujer pulcramente vestida con traje gris y sombrero que balanceaba sus zapatos de salón en los dedos de los pies—. Lo ha comprado un coreano asquerosamente rico.

chicas revoloteaban a su alrededor porque era maduro, locuaz y estudioso, pero su vida transcurría en las bibliotecas, enfrascado en libros de arte y examinando cada escultura y pintura en los museos y galerías.
Los estudiantes

Esperó ver de nuevo la aleta y el enorme cuerpo oscuro, pero no vio nada en el enorme cuenco de agua clara y luminosa, excepto por la mancha de sangre que se extendía a un metro

El enorme cuerpo negro deslizándose por delante, alrededor y detrás de ellos hizo que escaparan a la orilla con tanta torpeza y extravagancia como si jamás hubieran aprendido a nadar.

padre se bañaba por la tarde, con los niños: cada uno de los padres tenía un momento del día para sí.

jengibre florecido descendía hasta la caleta y el aroma del mar ascendía, impregnando las habitaciones de la casa. A ciertas horas del día, las primeras de la mañana o las últimas d

que pudieran permitírsela; reirá, suspirará y se relajará de forma indecorosa en unos momentos que exigen reserva mientras su marido acepta a duras penas, enfadado y negando con la cabez

había intentado asesinarlo. ¿Serviría también para la vida aquella máxima que había encontrado hacia años en un manual sobre cómo escribir para ganarse el pan, que sostenía que el final de la historia está ya en el principio

hijo de dieciséis años estaba frente a él con una escopeta en las manos. Mientras Barley deliberaba, su mujer saltó de la cama y arrancó el arma de las garras temblorosas del adolescente