Pese a esos innegables éxitos, seguía habiendo un sector del partido que consideraba que Hitler se había apartado de los propósitos originales de la formación y que, además, la estaba convirtiendo en una simple plataforma de sus aspiraciones personales. Aprovechando un viaje de Hitler a Berlín, sus adversarios intentaron cerrar una alianza con un grupo de socialistas de otra ciudad; con ese gesto, querían demostrar a Hitler que el partido estaba plenamente capacitado para tomar decisiones sin su concurso. Pero Hitler se sintió ahora lo suficientemente fuerte para aceptar el desafío. Regresó rápidamente a Múnich y el 11 de julio, para sorpresa de todos, anunció que abandonaba el partido; no volvería a menos que antes de ocho días lo nombraran primer presidente y le confirieran poderes dictatoriales.
El farol de Hitler parecía haber sido un error, ya que los días fueron pasando sin recibir una respuesta a su exigencia, entablándose una tensa guerra de nervios. Pero, cuando el plazo de ocho días estaba a punto de expirar, el comité ejecutivo celebró una sesión secreta de última hora en la que aceptó los términos del ultimátum. Hitler obtuvo los poderes que exigía, lo que quedó certificado en un congreso extraordinario celebrado el 29 de julio. La votación favorable a Hitler se saldó