sar al interior que de oficiar las exequias por el führer. Los cuerpos fueron cubiertos con gasolina y Goebbels arrojó un fósforo, pero el combustible no se encendió. Alguien hizo arder un trapo empapado de gasolina, lo arrojó a los cuerpos y estos quedaron envueltos en una gran llamarada. Los asistentes al improvisado funeral exclamaron un apresurado «Heil Hitler!» y entraron de nuevo en el refugio. Llegaron más bidones de gasolina y, durante las tres horas siguientes, se continuó vertiendo combustible sobre los cuerpos.