Coraline

Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.

—Los gatos no tenemos nombre.
—¿No? —dudó Coraline.
—No —corroboró el gato—. Vosotros, las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.

Al poco rato, volvía a dormirse sin saber muy bien dónde terminaban los pensamientos y empezaban los sueños,

Necesitabas una lección, pero sabemos templar la justicia con la misericordia. Odiamos el pecado, pero amamos al pecador.

Debes de ser el otro gato.

El gato negó con la cabeza.

Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.

Pero había algo más, que de pronto se escurrió entre los pies de Coraline y estuvo a punto de tirarla. La niña se sujetó antes de caer, aprovechando su propio impulso para seguir avanzando. Sabía que, si se caía, no podría levantarse. Fuese lo que fuese lo que había en aquel pasillo, era mucho más viejo que la otra madre, y era profundo, y lento, y sabía que ella estaba allí...

—Bueno, Coraline —dijo la señorita Spink—, ¿cómo te llamas?

—Coraline —respondió Coraline.

Vosotros, las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.

Vi un gato igual que tú en el jardín de mi casa. Debes de ser el otro gato.

El gato negó con la cabeza.

—No —replicó—. No soy el otro. Soy yo.